Tenía que darme prisa, esta vez me había despistado más de
lo normal y no había hecho caso a las señales que me anunciaban que el amanecer
se acercaba.
Subida a mis zapatos de tacón y sin hacer caso a lo
limitado de mis movimientos debido a la falda de mi vestido, eche a correr
calle abajo mientras una sonrisa escapaba de mis
labios. Si me hubiera visto apenas seis
meses antes no lo hubiera creído. Yo,
subida a unos tacones de vértigo y embutida
en un vestido negro de abertura lateral. Era algo de locos.
Llegué a este lado de la ciudad gracias a una oferta de trabajo en una torre de
oficinas. No era la gran maravilla, pero
al menos me sacaba de la cafetería en la que llevaba desde el instituto. Un
cambio de aires, vaya. ¡Y menudo cambio!
Ahora todo parece demasiado precipitado y confuso. Lo cierto es que, si me paro a pensarlo, me
doy cuenta de que pequé de ingenua, o tonta, como cada cual lo quiera
calificar. Pero ¿acaso alguien podía
imaginarse algo así en un respetable edificio poblado de abogados, contables,
arquitectos y contratistas? Como digo,
quizá pequé de ingenua.
Las primeras semanas fueron tranquilas, solo tenía que ir de
un lado a otro repartiendo sobres y algo de correo, luego pasé a encargarme de algún
que otro trabajo administrativo a horas intempestivas cuando las ayudantes no
podían.
El dueño de todo aquello solía aparecer tarde, por temas de agenda y compromisos varios según parece. Era raro, pero yo qué iba a saber
de agendas de alto nivel. Así que, cuando
comencé a encontrármelo por allí seguí con lo mío sin hacerle demasiado caso,
pero él sí se fijó en mi. Y debido a
eso y a su hambre, es por lo que seis meses después me encuentro corriendo embutida
en un vestido negro, aspirando el olor fresco del amanecer y buscando el refugio
de mi caro piso de reciente adquisición.
Ahora solo pienso en la noche pasada, en el cuerpo dormido y
satisfecho que acabo de dejar entre sábanas enredadas. Un cuerpo cálido que no recordará nada al despertar y que hace que mi garganta ronronee y que mis colmillos comiencen a
crecer de nuevo. Sonrío, me calmo, por hoy esto ha sido todo.
Corro más deprisa hasta convertirme en una sombra que el
lento ojo humano apenas puede adivinar.
Y todo, sobre unos zapatos de tacón.