domingo, 29 de mayo de 2016

Cuatro días libres

¡Cuatro días libres, tenía cuatro días libres ante mi! No me podía creer que los exámenes hubieran pasado ya y que el horizonte más próximo luciera despejado y tranquilo.

Gracias a mi compañera de cuarto tenía destino y transporte.  No es que hubiera conducido demasiado en los últimos dos años, pero podría apañarme.  Además, su pequeño coche rojo era más que fiable.  Una mochila con lo básico, mi lector bien cargadito y una provisión suficiente de chocolatinas era todo lo que necesitaba para esa pequeña aventura.
Cuando Mónica me despidió, lo hizo con un “¡menuda suerte tienes, guarra!” que me hizo ponerme en marcha entre las carcajadas resonado en el interior del vehículo.  Ahí comenzaban mis cuatro días.

La carretera estaba despejada, algo que agradecí ya que el camino era largo.   En un arranque de infantilismo saqué el brazo por la ventanilla y la voz de mi padre acudió a mi mente.  Cuando era pequeña me gustaba notar el viento entre los dedos y siempre me llevaba una regañina. Ahora al hacerlo, la nostalgia me invadió. 

El sol me daba de cara y el viento revolvía mi pelo llevándose la tensión de los últimos meses.  Todo había estado bastante torcido y necesitaba escapar.  Los exámenes, y lo que no eran los exámenes, habían decidido montar una especie de drama en tres actos que a punto estuvo de acabar con mis nervios.  En ese momento sin embargo, la tranquilidad que me rodeaba y la atención que debía prestar al coducir, se llevaban todo lo demás.

Mis tripas comenzaron a hablarme a eso de las dos y una Estación de servicio salió a mi rescate.  Un bocadillo y una bolsa de patatas después, retomé la marcha.
El paisaje cambiaba poco a poco, de los campos secos pasamos al verde y a los tupidos árboles.  Al caer la tarde, las carreteras se volvieron pequeñas y sinuosas.

Tomé el desvío correspondiente y el coche se introdujo en un camino de arena un tanto irregular. Pese a que las indicaciones de Mónica eran claras y sabía que no había cometido ningún error, me pareció curioso no haber visto antes ningún pueblo cerca.  Pero bueno,al fin y al cabo lo que buscaba era eso, tranquilidad ¿no?.  Pues se podría decir que allí la encontraría a raudales.

Seguí el camino y de pronto me topé con una pequeña casa de madera rodeada por un porche lleno de flores.  Bajé del coche mirándolo todo alucinada, sabía que la casa era bonita pero no me esperaba esto.  La rodee para ver el pequeño lago en el que estaba situada y en ese momento comencé a reír.
Me quité las deportivas y los calcetines, remangué mis pantalones y sumergí los pies, una corriente recorrió todo mi cuerpo, Sentí como cada célula despertaba, los colores eran más vivos, el aire más puro.

Todo encajaba de nuevo.
 

1 comentario:

  1. A veces, cuando la vida se simplifica, todo comienza de cero y encaja de manera perfecta.
    Gracias por el relato, Cris!
    Besos!!!

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